Categoría: Teatro

Teatro

Actores celebres desnudos en las tablas

Ernesto Naranjo
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Ser actor es un trabajo mucho  más complicado de lo que parece. Aunque para el público en general solo sean gente guapa que pone su cara delante de la cámara pare recitar algunas frases, hay un gran poso de intensidad y emociones en cada actuación. Los buenos actores no actúan, de hecho, se mimetizan el personaje hasta convertirse en él, y se despojan de todo lo que son. Esto provoca que en muchas ocasiones, los propios actores lleguen a tener secuelas, tanto físicas como mentales, a la hora de realizar papeles complicados. Ocurre en el cine, como ya pudimos comprobar por desgracia con el caso del genial Heath Ledger y el Joker, pero sobre todo en el teatro. Preparar un papel para exponerlo en directo, ante el público, noche tras noche, es una apuesta muy arriesgada. Y de hecho, los que saben de esto afirman que a un buen actor siempre se le ve sobre las tablas de un teatro.

Porque en el cine o la televisión todo es truco, artificio, montaje… pero en las tablas de un escenario no hay toma dos. Lo que deba salir saldrá, y en muchas ocasiones, los actores deben lanzarse a improvisar escenas totalmente nuevas, escritas horas antes, para sorprender al público. Es una presión muy fuerte para ellos, pero también algo excitante, que les permite desarrollar mucho más su arte y su compromiso con la actuación. En las tablas del teatro, los actores y actrices se desnudan por completo ante el público, emocionalmente hablando. Aunque es cierto que, en ocasiones, también lo hacen de forma física, dejándose ver sin ropa en las obras. El desnudo en el teatro no es tan habitual como en el cine, pero también se da en muchas obras, sobre todo aquellas independientes que quieren provocar de cierta manera. El público hoy en día ya está anestesiado ante este tipo de visiones, pero es cierto que estar en una obra con el actor principal desnudo todavía llama la atención. Especialmente si es un actor o una actriz que ya ha logrado cierto reconocimiento.  

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Teatro

Kultur, un montaje muy sexual

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Ernesto Naranjo

Todo el mundo ha tenido alguna vez una situación excitante en la que le ha tocado ser un voyeur o un mirón. Da igual si tenía que ver con encontrarnos a una pareja haciéndolo muy cerca de nosotros en la playa, o con atisbar un poco el cambio de ropa de nuestra vecina, la que tanto nos pone, a través de la ventana. El voyeur se mantiene en las sombras, pero es capaz de observar lo que hay a su alrededor. Una ventaja que, en términos sexuales, puede llegar a provocar mucha excitación, al observar sin ser observados. Esto, llevado a la obsesión, supone un gran problema para muchos que no pueden evitar el excitarse solamente en este tipo de situaciones. No son pocos los que acuden a las playas nudistas solo para mirar y regodearse en el cuerpo desnudo de una chica, o los que conocen los sitios donde las parejas van a hacerlo en el coche, y se acercan allí con la esperanza de encontrar algo de acción.

El vouyerismo es algo innato en el ser humano, y son muchas las obras de ficción que se han basado en este instinto para desarrollar su trama. Desde La Ventana Indiscreta, del genio Alfred Hitchcock, hasta la más explícita El Voyeur, una producción francesa en la que podíamos encontrar incluso escenas de sexo real. El cine es, en realidad, otra forma más avanzada de vouyerismo, salvo que en este sentido, la ficción siempre supone una barrera entre lo que ocurre y el espectador. Nos colamos en las vidas de los personajes, en sus casas, en sus historias, incluso en sus dormitorios. Pero sabemos que todo es mentira y que cuando se encienden las luces, aquello habrá terminado. ¿Y si esa premisa también se llevase a un nuevo nivel? ¿Y si un montaje teatral pudiera convertirnos en voyeurs de una situación pactada y ficcionada, pero que está ocurriendo realmente ante nosotros? Eso es lo que nos intenta contar Kultur, un montaje de la compañía El Conde De Torrefiel, que ha provocado mucha polémica por su contenido sexualmente explícito.

Una obra de antiteatro

Los propios creadores de la obra, Tania Beyeler y Pablo Gisbert, aseguran que Kultur es más una performance explícita que una obra de teatro. De hecho, se trata de un spin off de una obra anterior, La Plaza, que también contenía una escena sexual bastante potente en la que una mujer tenía relaciones con tres hombres a la vez. Para los creadores, esto es “antiteatro”, porque buscan romper con la posición neutral del público. El espectador seguirá siéndolo, ya que no participa directamente en la obra, pero el montaje le obliga a tomar partido, tanto por lo que ve como por lo que escucha. Un par de historias que hacen metaficción y se entrelazan en la mente de los asistentes, de una manera innovadora, a través de unos audios pregrabados que comentan la escena que se ve en el escenario.

Todo lo que ocurre en las tablas es real

Cuando un espectador llega para una sesión de Kultur, lo primero que recibe son unos auriculares que deberá mantener encendidos y colocados durante toda la obra. A través de ellos escuchará la primera parte del montaje, la historia de una profesora de instituto joven y medio perdida en la vida, que está escribiendo un libro. En él, siete mujeres y siete hombres se encuentran para tener todo tipo de relaciones entre ellos, sin importar su orientación. La profesora confía en que el libro termine convirtiéndose en una película, donde el sexo sea totalmente real. Es así como lo que el espectador escucha en sus cascos conecta con lo que ve en el escenario, encadenando las dos historias de una manera sublime.

Sobre las tablas nos encontramos con el actor Sylvian, que hace el papel de un productor pornográfico a la espera de una chica para hacerle una prueba. Mientras la actriz llega, Sylvian realiza todo tipo de acciones cotidianas, desde comer sushi a pelar una naranja. El espectador, mientras tanto, escucha la historia por sus casos. Es la sensación absoluta de estar viendo algo que no deberíamos, porque al fin y al cabo, no está pasando nada del otro mundo. Cuando Jane Jones llega, todo cambia. La entrevista dura poco, y luego se pasa a la acción, como ocurre en los casting porno reales. Allí, en el escenario, ambos actores tienen relaciones completas, tanto de sexo oral como de penetración. Todo de forma real, sin ningún tipo de fingimiento, y delante de un público que a veces no se lo cree.

Un casting porno con actores profesionales

Ambos actores tienen ya experiencia en el mundo de la pornografía, y de hecho, trabajaban juntos antes de entrar a forma parte de este montaje. La complicidad que hay entre los dos se refleja también en la forma en la que su encuentro se desarrolla. No es simplemente un casting porno cualquiera, sino que hay complicidad. Obviamente, después de tantos ensayos y de tantas representaciones, tanto Sylvian como Jones ya se conocen muy bien y están más compenetrados. El escenario es por completo para ellos, y solo hay un poco de atrezzo, como una mesa, una silla y un sofá. Cada representación es diferente porque aunque el guión es el mismo, el sexo siempre cambia, y eso es lo más fascinante de todo.

El montaje nos ofrece la oportunidad de disfrutar de una escena de sexo explícito a apenas unos metros de nosotros. De sentir lo que sería un verdadero casting porno, en la misma habitación donde se lleva a cabo. Pone a prueba al espectador y le enfrenta precisamente a ese concepto de voyeur del que hablábamos al principio. ¿Nos sentiremos incómodos o nos provocará un deseo irrefrenable el ver a dos personas teniendo sexo ante nosotros? Hay reacciones de todo tipo, e incluso los creadores afirman que parte del público se va del montaje. Eso será porque no saben muy bien lo que van a ver, porque Kultur nunca oculta sus intenciones explícitas, y la obra ha sido muy reconocida por ello.

Éxito en varias ciudades de España

Por muy abiertos que estemos a estas alturas a todo lo que tiene que ver con el sexo y el placer, un montaje tan explícito no es precisamente sencillo de llevar a cabo. Beleyer y Gisbert lo saben bien porque ya tienen experiencia en este tipo de obras, con La Plaza. A pesar de obtener un gran éxito de crítica con aquella función, les costó sacar adelante Kultur, aunque consideran que no es tan provocativa. Es sencillamente una historia que nos muestra nuestro lado más vulnerable, que nos convierte en voyeurs, pero también en observados. ¿Cómo responderíamos si fuéramos nosotros los que estuviéramos en el escenario? La compañía ya ha podido presentar Kultur en ciudades como Gerona y Valencia, con polémica y gran éxito de público. Se espera que también pueda llegar a alguna sala de Madrid, donde este tipo de teatro no es tan  habitual, por lo transgresor de su propuesta.

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Teatro

Monte OIimpo, sexo sobre el escenario

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Ernesto Naranjo

En la Antigua Grecia, cada hombre, mujer y niño creían en un imponente panteón de dioses que les observaba desde las alturas del Monte Olimpo. Aquel era el hogar de estos seres divinos, que lejos de quedarse atados a ese rincón del mundo, solían visitar la tierra en más de una ocasión. A través de diferentes historias, estos mitos nos han llegado hasta nuestros días, sentado la base de la cultura occidental en lo que al arte se refiere. Y es que estamos hablando de una época y una región en la que nacieron los más grandes filósofos y pensadores, pero también escritores y autores teatrales. Las epopeyas no se inventaron en Grecia, pero fue aquí donde se les dio el carácter dramático que necesitaban. Las tragedias eran el género predominante para exponer las historias más cercanas, pero también las más épicas, protagonizadas por héroes y guerreros.

La fuerza de aquellas tragedias griegas resuena todavía hoy en nuestros escenarios, ya que muchas de ellas se siguen representando. El teatro clásico las trae de vuelta cada cierto tiempo, con sus textos “originales” o con adaptaciones que suelen calar hondo en los espectadores. Y no es para menos, ya que al fin y al cabo estas tragedias tratan temas que siguen siendo importantes hoy en día en nuestra sociedad: la familia, el amor, el dolor, la muerte, la responsabilidad, el sacrificio, la traición… Cuando nos enfrentamos a las tragedias de Medea o Antígona nos damos cuentas de que no hemos cambiado tanto en estos últimos 2.500 años, al menos en lo emocional. En su momento, estas tragedias eran auténticos acontecimientos, especialmente en el festival de las Dionisias, donde varios autores se reunían para beber y comer durante una jornada entera, exponiendo sus mejores obras. Esto sirve como base para la obra Monte Olimpo, del siempre polémico y arriesgado Jan Fabre. Una producción que se extiende durante 24 horas naturales, y que pone a prueba al público no solo por su duración, sino por todo lo que se ve y se vive en el escenario. Teatro extremo para aquellos que de verdad quieran sentir esa experiencia catártica.

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Teatro

El teatro en la “nueva normalidad”

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Ernesto Naranjo

El teatro es una de las artes más antiguas que existen, y desde el primer momento fue una de las mejores maneras para transmitir historias al público, antes incluso de que la mayoría de gente supiera leer o escribir. A través del teatro, que podía ser tanto dramático como de comedia, se transmitían igualmente los valores, las historias y leyendas sobre dioses, héroes y demás. El teatro de la Antigüedad sirvió, de hecho, como base para casi toda la tradición narrativa de Occidente, aunque las novelas y relatos tardarían unos siglos más en llegar. La situación ha cambiado bastante en estos tiempos, y ahora el teatro es visto erróneamente como un divertimento para élites, o algo mucho menos popular que el cine o la televisión, por ejemplo.

Hay situaciones de todo tipo, claro está, y es obvio que la llegada de los nuevos medios de masas ha hecho perder público al teatro. Pero también es indudable que todavía hoy por hoy hay giras que se hacen por todo el país, y los musicales, por ejemplo, triunfan llenando salas y auditorios allá donde van. El teatro en los grandes centros de este arte, como Broadway o el West End de Londres, sigue siendo casi como una religión, un culto no para una minoría, sino para cualquier espectador que tenga buen gusto. La situación, sin embargo, puede peligrar por culpa de la pandemia de Covid-19, que amenaza con destruir millones de empleos en todo el mundo en la cultura, y que pone en peligro la propia subsistencia del teatro, ese arte milenario que siempre nos ha acompañado, y que ahora debe adaptarse a esa “nueva normalidad”.

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El clásico de ‘Frankenstein’ en versión teatral

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Ernesto Naranjo

El Teatro Nacional de Cataluña (TNC) estrenó ayer la adaptación de Frankenstein, doscientos años después de haberse publicado por primera vez la novela de Mary Shelley, en 1818. La obra, producida por la Factoría Escénica Internacional (FEI) y el TNC, ha sido habilitada para teatro por el dramaturgo Guillem Morales y la dirección escénica ha ido a cargo de Carme Portaceli.

Àngel Llàcer y Joel Joan se ponen en la piel de Victor Frankenstein y la Criatura en una obra con algunos cambios respecto al texto original. La adaptación de Morales deja atrás la idea de desafío a la divinidad para abrazar la naturaleza y el papel del ser humano en la creación, haciendo énfasis en el vientre de la mujer como escenario de la vida. En este sentido, las discusiones científicas sobre la vida artificial se desplazan al ámbito emocional y ético.

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